La Articulación público - privada
Resumen
Ningún sistema de salud del mundo exhibe la aceptación total de los usuarios, a pesar de que algunos son adjetivados por los sanitaristas como cuasi perfectos. Esto se debe a que la acepción del término «salud» en la percepción del ser humano, tiene connotaciones que van mucho más allá que la ausencia de enfermedad o el «estado de completo bienestar», el cual, sin duda, es de imposible logro.
Sin embargo, podemos obtener lo mejor dentro de lo posible y, en nuestro país, esto puede, y debiera, hacerse en gran medida. Las variables sanitarias que nos colocan en situación de inferioridad sanitaria respecto a Uruguay y Chile, por sólo tomar dos ejemplos, nos indican tajantemente que no estamos haciendo las cosas todo lo bien que podrían hacerse.
Nos hemos ya referido en varias oportunidades a la formidable fragmentación de financiadores que se observa en Argentina como la principal conspiradora para un eficiente gasto en salud. No obstante, entendiendo las ingentes dificultades políticas que significaría reducir este número a no más de una docena como sería esperable, hay otras acciones que podrían adoptarse entretanto.
El aprovechamiento efectivo y eficaz de todos los efectores, estatales y privados, sería uno de los pasos esenciales a llevarse a cabo, tal como se hace en otras naciones más desarrolladas, como Canadá o el Reino Unido. La coordinación entre los hospitales dependientes del Estado, sean nacionales, provinciales o municipales, entre sí y con los establecimientos privados, sería una meta a considerar. Coordinar, armonizar, articular, acoplar, o más específico aún, organizar, son sinónimos que se corresponden con la misma finalidad: lograr el mayor beneficio con igual costo. Claro que también significa no superponer esfuerzos, que lo que haga uno no lo repique el otro; que las disposiciones sigan un lineamiento político sanitario previo, pero con una gestión despolitizada; que las decisiones se tomen en base a variables sanitarias y no de otro tipo; que se considere previamente la viabilidad económica de los proyectos y que, por último, la demagogia pueril sea dejada de lado por la comunicación que merece un pueblo adulto.
Tal vez lo antepuesto, sea aún más quimérico que la drástica reducción de obras sociales, pero lo malo no es el fracaso, sino el abandono de las utopías.
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